Premio a la vida y obra
de un periodista


Yolanda Ruiz

Yolanda Ruiz tiene claro que ser periodista es como caminar en el filo de la navaja. Resulta fácil caerse por defecto o por exceso; mantener el equilibrio es un reto, y lo peor es que mientras se camina tiran piedras desde todos los costales.

Comenzó su carrera en los sobrecogedores años ochenta. Sus primeros trabajos la llevaron a encontrarse de forma directa y cotidiana con el dolor y la muerte. Experimentó dilemas éticos y situaciones que la desbordaron como ser humano o la retaron como periodista, en esta profesión que conecta a quienes la ejercen con lo mejor y lo más infame de las sociedades.

Sus libretas de apuntes están llenas de preguntas y reflexiones sobre su trabajo. Lleva años intentando entender el oficio para hacerlo cada día mejor. No hay episodio periodístico que no le haya significado retos y aprendizajes éticos, por error o por acierto. Desde joven comprendió que el periodismo encarna una inmensa responsabilidad social, que es un servicio público, y que hacerlo bien significa incomodar y no resignarse a lo que el mercado pide.

Yolanda Ruiz representa una manera de hacer periodismo que defiende la independencia sin arrogancia y la crítica sin deshumanización. Su fuerza no proviene de la confrontación, sino del criterio, la ponderación y el carácter con los que ha sabido construir y sostener su carrera y su credibilidad. No cede ante la polarización, por el contrario, busca contenerla. Frente a la inmediatez que amenaza con erosionar el sentido, introduce pausa y contexto. No cree que la agresividad haga mejores a los periodistas ni que la decencia les estorbe. No perdona la mentira deliberada. Su claridad y honestidad intelectual son cualidades que se traducen en la capacidad de formular preguntas difíciles sin perder el respeto por los interlocutores, y de sostener debates con altura en tiempos de simplificación.

Nació en Pasto en 1964 y estudió comunicación social y periodismo. Fue la primera mujer en dirigir los informativos de Caracol y RCN, consolidando un estilo que marcó la diferencia, al caracterizarse por la firmeza y el cuidado, en un medio caliente que toca manejar con cabeza fría. Como muchas mujeres enfrentó dificultades en un gremio con sustrato machista, en el que hay evidentes inequidades y discriminaciones. Fue jefe de redacción de Cromos y presentadora del Noticiero Nacional. Es autora de los libros En el filo de la navaja y Los que quedan: La violencia no solo mata, a veces es peor. Hoy hace periodismo desde sus canales digitales, en los que explora lo mejor que la tecnología le aporta para garantizar, en ese nuevo entorno, calidad periodística e información relevante para los ciudadanos. Es columnista de El Espectador y El País de España, y coautora en el Consultorio Ético de la Fundación Gabo.

Su liderazgo en las salas de redacción ha hecho escuela para periodistas que aprendieron que el rigor no riñe con la sensibilidad, que el respeto por la verdad exige también respeto por las personas, que es preciso mostrar la realidad en su complejidad y sus matices, y que informar con honestidad significa reconocer los propios sesgos, contrastar fuentes, cuidar el lenguaje, sopesar las consecuencias de lo que se publica, no hacer daño adrede, y ser consciente de que cuando se intenta mantener la senda del periodismo con responsabilidad cuesta más llegar a las audiencias. Su método exige deliberación y distancia frente a todos los poderes: políticos, económicos, de las audiencias, anunciantes, clics, redes sociales y algoritmos.

El jurado reconoce el trabajo reflexivo y profundamente humano de una periodista que, con integridad, criterio y coherencia es un referente ético del periodismo de calidad. Su talante ha contribuido a la construcción de una cultura periodística responsable, a reafirmar el inmenso valor que tiene la información seria y confiable para la democracia y para la sociedad, y a recordarnos que no hay información seria y confiable sin un ejercicio ético de la profesión.